Escuchar la banda sonora de “Cinema Paradiso” es como una caricia al corazón. La sensibilidad de Ennio Morricone invita al ensueño y al recuerdo de imágenes bonitas. Y mientras la escucho hoy, me aparece un sentimiento de agradecimiento a los momentos bonitos del pasado.
A veces nos olvidamos de ellos, pensando en todo aquello que nos falta, más que en lo que nos regaló la vida: y sí, me regaló abrazos, besos, amores, amistades, paisajes, sueños, fantasías, risas, brisas, susurros de personas bonitas y sensibles. Algunas vinieron y se fueron; otras aparecen de manera intermitente; y a unas cuantas las tengo siempre presentes, en mi corazón, estén donde estén. Y todo es bonito. Todo fue y es un regalo. Incluso, a pesar de que ese momento bonito acabase siendo amargo. Siempre algo florece después: un alivio, un consuelo, un perdón, un olvido, un adiós.
No tengo miedo a la muerte. Sí, a otras cosas: me gustaría que mis hijas acumulasen recuerdos bonitos de su madre – queriéndolas, abrazándolas, cogiéndolas de la mano, levantándolas, acompañándolas, riendo, llorando, abrazando, hablando, estando. Pero no decido yo el tiempo restante. Así que quizás se trata de vivir momentos eternos desde siempre. Porque si el tiempo es relativo, un segundo puede ser infinito. Y lo es.
No hay paraísos perdidos. Hay paraísos presentes que viajan en el tiempo y que a veces nos visitan para dibujarnos sonrisas y lágrimas en ojos llenos de emoción. Y eso es vida. Y también eternidad.
Auro Anton 