Cuando saltas en el tiempo y aún no crees que algunos se fueron, porque los sientes presentes. Cuando otros se alejaron, al tomar otros caminos y, aún así, están contigo. Cuando el ayer y el hoy se unen. Vives los besos, las miradas y las caricias de aquel entonces en que sin darte cuenta conectabas con el infinito. Lo absoluto es mágico: no entiende de canas ni arrugas. Y es bello, potente, intenso: nada puede describirlo.
También está presente la tristeza de mi corazón roto en trocitos. Porque el amor tiene esas cosas: traiciona la inocencia y se transforma en desengaño. Y algo ahí muere, para hacer renacer otros sentires que se construyen sobre ruinas.
Sí, también es bello. Y al dolor hay que abrazarlo, para que él solito aprenda a irse por la puerta, de puntillas, silencioso, sin que nos demos cuenta. De repente una sonrisa o una agradable brisa de aire fresquito en las noches de verano hacen que todo cambie por un instante: un instante eterno, infinito.
Todo va juntito en una mochilita, cariño, como la que tú llevas a la escuela, pero que no se ve. Y de allí saco tantas cosas para regalarte, con la esperanza de que tus pasos avancen más rápido que los míos. Una libreta con apuntes de los días en que lloré o que reí, en que añoré o compartí. Un lápiz con el que escribir mis recuerdos y mis deseos. Una regla para dibujar líneas que me dirigiesen allí o allá, lejos o cerca. Una goma para intentar borrar lo imborrable. Un sacapuntas para afinar en mis decisiones. Y un rotulador para marcar que el día en que naciste todo volvió a empezar.
A la meva filla Jana…
Aurora Antón
13 de febrero de 2020